lunes, 22 de agosto de 2011

EUTANASIA I

La “eutanasia” del griego “eu” bien y de “thanatos” muerte, equivalente a buena muerte o bien morir.

Si Dios es el dueño y propietario de la vida y de la muerte, con todo derecho es sólo Dios el que da la vida y la muerte.

Quitar la vida al prójimo —en nombre de la eutanasia— es un grave pecado que se llama “homicidio”; y quitársela a sí mismo es otro gravísimo pecado que se llama “suicidio” siempre, entodas partes y en ambos casos es un atentado contra el soberano dominio de Dios.
Nunca podrán tener valor estos razonamientos: de los suicidas: ¿Por qué vivir, si no quiero?”; de los incurables: “si no puedo vivir”;
de los subnormales: “si no sirvo”; de los ancianos: “ya di lo que podía”; de los criminales: “soy una carga para la sociedad”. Aunque la vida sea
un accidente siempre hay una razón para vivir: Dios.

La misión de la medicina es defender y cuidar la vida, no destruirla;
nunca es lícito —en nombre de la eutanasia— acortar la vida.

Si los sentimientos o la seudo-ciencia nos hacen quebrantar
estos principios se correrá el riesgo de causar a los hombres la
cacotanasia— o sea, la mala muerte o el mal morir.

Dios es el autor de nuestra existencia, no el capricho, ni el padecer,
ni el sentimiento, ni el consentimiento, ni la ciencia, y si queremos
morir con dignidad hay que vivir con dignidad: talis vita, ita mors…
a tal vida, tal muerte.

 La “eutanasia” —entendida como abreviación de la vida— sin el
consentimiento del enfermo, es homicidio y con su consentimiento
es suicidio.

La “eutanasia” —entendida como disminución del dolor— o
analgésico es una actividad completamente lícita y ética.

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