martes, 23 de agosto de 2011

LA ENVIDIA


La envidia es otro de los viejos y graves pecados capitales. El maestro y animador es siempre el mismo —el viejo satán—

Dirige, sujeta y manipula todo desde el principio, instiga a los ángeles para que tengan envidia de Dios —sereis como dioses—, instiga a Adan y a Eva para que tengan envidia de Dios, instiga a Caín para que tenga
envidia de su hermano Abel.

Sigue dominando facilmente con su gran imperio y mentira sobre cada hombre.

La envidia es el pecado capital más absurdo. Decía el Quijote a Sancho: “Oye, Sancho, de todos los pecados capitales siempre se saca algún gusto, provecho o beneficio, pero de la envidia…?”

Envidia es el disgusto que sentimos —nos enferma— en nosotros mismos cuando el prójimo —vecino— posee riquezas y bienes espirituales y temporales que ofenden nuestro maltrecho amor propio.

Las causas y raices de la envidia son la soberbia, el querer ser superior
y estar por encima de los demás. Nos hace mucho daño que los demás
estén sobre nosotros.

La sensualidad y la avaricia también son causas de la envidia, el apego
que tienen a las cosas terrenas, no pueden soportar o sufrir que los otros
gocen de los placeres o riquezas que queremos para nosotros. Nunca se
contenta cada uno con lo suyo.

Los envidiosos tienen el comportamiento de aquel pajaro Nimbo de
la INDIA que por envidia, cuando sus colegas con sol y buen tiempo

salen a cantar sus hermosos gorgoritos y trinos, él lleno de envidia no
los soporta y se esconde en los agujeros y cuando no están los demás
aún con mal tiempo— sale el Nimbo a dar sus gorjeos.

El envidioso aborrece al prójimo y desea ofenderle –hundirle— y
se entristece por el bien y la bonanza de los demás y también se alegra
del mal de los otros, de ahí las calumnias y murmuraciones.

La envidia nos hace parecidos y semejantes al padre de la envidia
satán— que sufre eternamente y sin remedio porque no soporta que
los hombres sean más felices que el y corran mejor suerte.

Contra la enfermedad, vicio o pecado de la envidia no hay mas
remedio ni terapia que una cura de humildad, mortificación y
desprendimiento de los bienes de la tierra que nos facilitará una vida más
libre, sana y santa.

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