martes, 23 de agosto de 2011

MATERIALISMO

El hombre de nuestra época con gran maestría—maestría diluvial,
maestría de Torre de Babel— se ha constituido en un gigante de  este siglo. Con los inventos humanos ha conseguido un prodigioso, merecido y elogioso dominio de la naturaleza, pero al mismo tiempo
y también monstruosamente se ha convertido en un pigmeo en el mundo sobrenatural y eterno… contraste sintomático, claro, paradójico
y peligroso…

Mientras la ciencia y la técnica —apadrinadas y protegidas por el ilustre
y viejo materialismo— progresan a un paso asombroso y gigantesco, la dignidad humana se encuentra morbosamente envilecida, rebajada y alicaida hasta tal punto maltratada que en el “Emporion Cósmico o mercado mundial” se cotiza, se compra y se vende el objeto hombre o
mujer por poco dinero.

Alguien ha apuntado que uno de los mejores negocios de este siglo
sería comprar hombres y mujeres por lo que realmente valen —cada vez
menos— y venderlos por lo que creen que valen.

La única doctrina o filosofía que trata, valora y enfoca al hombre
adecuadamente es la doctrina cristiana que endiosa al hombre —con el
endiosamiento bueno—. Enfoca y empuja al hombre en su triple
dimensión: religiosa, social y terrena. Nada del hombre le resulta ajeno.
Es un camino realmente duro e intransigente, pero es esperanzador
y de victoria segura.

Tanto el hombre como la mujer tienden hacia Dios como el acero al
imán, aunque muchas veces con los gestos y las palabras pretendan
rechazar esta “wonderful” dependencia.

Al —Deus Faber— Dios Trabajador y Artífice no le resulta extraño
la actividad y trabajo del hombre, sus relaciones sociales, su estructura
bisexual, sino que ambos a una el padre y el hijo, la mano del maestro
y la mano del alumno, la ornamentación del mundo prestando así un
útil y favorable servicio a sus semejantes los hombres.

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