lunes, 25 de julio de 2011

DE UTILITATE CREDENDI

Con este título “De utilitate credendi” escribía una gran obra literaria San Agustín en el año 412 a su amigo maniqueo Honorato.

Intenta exponer y desarrollar un tema capital y transcendental que le
interesa a todos los hombres en cualquier tiempo y lugar. Responde a las preguntas: ¿Por qué creer? ¿Para qué creer? ¿Qué provecho o ventajas,
qué utilidad tiene el creer?

San Agustín en sus nueve años que militó en la secta maniquea
arrastró consigo a tres amigos Alipio, Rominiano y Honorato.

Alipio se convirtió y se bautizó junto con Agustín en el año 387. A Rominiano le dedica otra conocida obra de “Vera religione” en la que intenta arrancarlo de la secta.

Con esta obra “De utilitate credendi” busca ansioso a su amigo
Honorato, forzando y apurando su conversión. Expone la táctica
engañadora y racionalista de los maniqueos y ataca su doctrina y
filosofía. Le habla magistralmente de la necesidad de la urgencia, de la sensatez y de la racionalidad de la fe cristiana. Hasta en la vida humana y en la convivencia social es necesaria la “fe”, la confianza y el fiarse. La fe es un elemento vital, básico y fundamental en el devenir de la vida humana.

Creemos a los maestros, a los historiadores, a los sabios, a los
médicos, a la Banca, al hombre del tiempo ¿Por qué no creer y fiarse de Cristo o de la Iglesia Católica?. Esta es la única fe que nos salva.

Ataca a los libre-pensadores. Contra la exégesis rigurosamente
literalista de los maniqueos aclara y demuestra que la interpretación de la Sagrada Escritura hay que buscarla y pedirla no a los enemigos de Cristo y falsos profetas, sino a los amigos y seguidores de la Iglesia, la única que tiene autoridad y poder sobre las Escrituras. Solo la Iglesia Católica es la verdadera depositaria e intérprete competente para explicar el sentido de las Escrituras.

Frente al absurdo dualismo maniqueo, defiende San Agustín la
unidad física, sicológica y religiosa del hombre. No hay que buscar un Dios, causa y origen del mal sino que el mal tiene su “causa” en la herida voluntad del hombre y que hay un solo remedio y terapia: Cristo.

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