miércoles, 24 de agosto de 2011

AVARICIA

La avaricia es otro de los pecados capitales que siempre está vivo y vibrante en nuestra sociedad, es como una endémica plaga. Es el
amor desordenado a los bienes temporales hasta llegar a la esclavitud y adoración. Es poner el corazón en las cosas, es apegamiento, esclavitud, servidumbre y dependencia de lo terreno.

El amor ordenado para la categoría del hombre es —el amor de Dios— el amor al Dios de las cosas y no el amor a las cosas de Dios.

Avaricia es amar desordenadamente las cosas y los regalos de Dios.
Dice el adagio: “Semper avarus eget…” El avaro siempre es pobre. Es
una señal y síntoma de la avaricia el gozo y el regocijo inmoderado por
la posesión de los bienes terrenos.

Nos recuerda la filosofía popular que las cosas son para el hombre y
no el hombre para las cosas.

Cuando el hombre ama apasionadamente los bienes de la tierra
se convierte en avariento y “homo terrenus” pero si busca los bienes
espirituales y de arriba —sursum— se hace un “homo sanctus et
spiritalis”.

El “homo terrenus” por ser mentira y falso hace daño y es peligroso.

El “homo spiritalis” es verdad y más útil.

Es también una señal de avaricia cuando nos afligimos con exceso al
perderlos y tenemos que ser privados de ellos, cuando se procuran o se
conservan por caminos y medios injustos y opuestos a la ley de Dios.

Es malo también hacer uso de ellos por lujo, capricho, vanidad o
sin necesidad de ellos, por soberbia y sensualidad.

La avaricia es la raiz y causa de muchos males en la tierra: traiciones,
fraudes, mentiras, enemistades, riñas, perjurios, inquietudes, violencias,
dureza de corazón.

Hay que estar dispuestos a desprenderse poco a poco y dejar los
bienes de este mundo porque en cualquier momento todos los bienes
son capaces de dejarnos.

Es más real y llevadero estar sin ataduras y enteramente libres y
dispuestos a partir.

El pensamiento de la muerte nos puede ayudar mucho contra la
avaricia pues nos privará —muy a pesar nuestro— de todas las riquezas
y bienes que hayamos almacenado con tanto esfuerzo y sudor.

Venimos desnudos y libres a este mundo y nos iremos libres y
desnudos, solo nos acompañarán nuestras buenas o malas obras.
Opera enim illorum secuntur illos…”. Solo las obras llenaran nuestras
maletas.

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