sábado, 13 de agosto de 2011

EL CODIGO DE LA FELICIDAD






Aunque no queramos aceptarlo toda la creación y por supuesto el hombre ha salido de las manos del “Creador-Dios”.

Cuentan de un “hijo de papá” “de un hijo bien” de nuestra sociedad de hoy que se fue a comprar “una máquina” “un buen coche”, después de elegirla, el vendedor le dijo para que “aquella buena máquina” marche, ande y dé buen resultado, es necesario cuidarla y alimentarla con unas determinadas marcas de “engrase” y de “gasolina”. Contestó el hijo de papá”, a mí la grasa y gasolina me dan náuseas, me provocan vómitos, me marean, así que cuando “mi máquina” necesite esto, le echaré “mantequilla” en los engranajes y “champán” en el depósito. Contestó el vendedor “pobre máquina mía” así nunca funcionará.

Los hombres hemos salido de las manos de Dios “buen Creador y vendedor” como una buena máquina y para que el hombre —máquina preciosa— marche bien, sea feliz, le impuso unos “mandamientos” unas leyes” —determinadas grasas y gasolinas— pero si no las cumple, es como pretender que el buen coche “ande con mantequilla y con champán”.

El hombre busca siempre otras sustituciones, otras leyes y así jamás podrá ser feliz, porque buscamos la felicidad en las cosas donde no se halla. Intentamos coger agua con cacharros. Pretendemos que un coche corra con ruedas cuadradas.

La felicidad, la buena marcha, el buén rendimiento, el amor, el
buén hacer, el bién está en la guarda de los mandamientos. Dios sabe más y tiene sus planes sobre la creación.


Dios es el único dueño de la “lavadora”. El fabricante y vendedor de la “lavadora” tiene el programa para que aquello lave y funcione: botones, jabones, agua y tambores. Si seguimos las instrucciones del vendedor aquel artefacto marcha. De lo contrario al pulsar un botón mal sale la ropa y el jabón cuando pidamos agua y viceversa. Aquello no puede marchar. Dice el libro del Deuteronomio 11, 26-28, “Ved que yo os pongo hoy delante bendición y maldición: la bendición si cumplís los mandamientos de vuestro Dios y la maldición si no los cumplís”.

La felicidad fisiológica, la felicidad animalesca, la felicidad de animal sano se puede conseguir de muchas maneras. La auténtica y
 verdadera felicidad solo se alcanza con la fidelidad en la guarda de los mandamientos o leyes divinas que constituyen el “Código de la felicidad” Los mandamientos obligan a todos los hombres de todos los tiempos y lugares por el hecho de ser hombres.
San Agustín en su juventud corrió tras los placeres y honores y
sintió que estos produjeron hastío en su corazón y al verse vacio de Dios reconoció que debería aspirar a cosas mayores y exclamó: “Nos hiciste, Señor, para Ti e inquieto está nuestro corazón mientras no descansa”.


MANUEL LATORRE DE LAFUENTE

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