sábado, 13 de agosto de 2011

EL HOMBRE Y LA LEY DE DIOS


El hombre no está puesto en la tierra al azar, a la casualidad, a la
deriva, a la suerte ni para que ande por libre. Tiene un quehacer concreto
y unas normas o leyes que como todos los seres de la naturaleza.

Para unos son leyes físicas, biológicas, ciegas, fijas e inviolables. Los hombres cumplen esas leyes dentro del marco de la “libertad”, puede cumplirlas para su bien o no cumplirlas para su perdición.

El fin del hombre —o quehacer en la tierra— no se le busca él
mismo ni lo inventa sino que le viene impuesto, grabado y escrito
claramente en su misma naturaleza por el mismo Creador. Entonces ya no existimos ni vivimos para ninguna otra cosa que no sea ese fin del hombre: dar gloria a su Creador.

Todo es bueno o malo según nos ayude o nos estorbe para alcanzar
ese fin. Lo peor y el único mal para el hombre será el torcer ese fin o no conseguirlo.

Cuando la sensatez y la serenidad llega a uno en medio de la
existencia y a lo largo de los siglos, uno se pregunta como aquel joven del Evangelio: “Señor, que tengo que hacer para alcanzar la meta y ese fin?. El Señor responde: “Si quieres entrar en la vida —vivir— guarda
los mandamientos”. Este es el camino para todos los hombres de todos los colores y en todos los siglos sin excepción.

El Sabio-Creador ha ordenado —ley eterna— todas las cosas
de modo que cada una cumpla su fin: los minerales, las plantas, los animales, los hombres. Por esta ley la tierra da vueltas alrededor del sol,

las plantas dan flores en primavera, el hombre siente remordimientos cuando ha hecho algo mal.

La ley natural escrita y grabada en la naturaleza humana es libre y violable. Es universal, válida para todos los hombres en todos los tiempos. Es inmutable por no poder cambiarse.

La ley natural es difícil de conocer. Por este motivo y para mayor facilidad y para que todos los hombres puedan conocerla con firme certeza y sin ningún error. Dios nos ha regalado o revelado los “diez mandamientos o Decálogo” donde explicita la ley natural, los deberes esenciales y fundamentales inherentes a la persona humana.

Cristo perfecciona, culmina y acaba toda la ley con “El mandamiento nuevo del amor”.

Nuevo, último y definitivo, doble y único: “Amar a Dios con
todas nuestras fuerzas y amarnos los unos a los otros”.

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