martes, 23 de agosto de 2011

FOMES PECCATI

Concilio Arausicano II en el año 529 y el Concilio de Trento en el
año 1545.

Todos heredamos el pecado original y con él la consiguiente herida
de la naturaleza humana. En toda persona humana coexisten la
inclinación al pecado y un auténtico deseo de felicidad que solo Dios
puede saciar. Todos los hombres experimentan en su propia vida el
contraste de esas dos tendencias radicales que mutuamente se combaten.
Esta tensión es evidente y empapa toda la vida del hombre.

La inteligencia humana ha quedado obscurecida y ha de esforzarse
para vencer su ingnorancia cayendo facilmente en el error. La voluntad
sin perder el libre albedrio— ha quedado debilitada e inclinada al
mal, poco fuerte para afrontar las dificultades y dominar las tendencias
desordenadas. En definitiva todos nacemos con un desorden en el
entendimiento, en la voluntad y en las pasiones que sin ser pecado,
procede del pecado y al pecado inclina. Nos recuerda la Escritura: “Militia
est vita hominis super terra…” La vida del hombre es una batalla contínua
contra un enemigo que se encuentra dentro de los propios muros de la
ciudadela.

El hombre en la —actual economía reparada— no logra alcanzar
su fin de un modo fácil, espontáneo y lineal, por fuerza y necesidad si
quiere conquistar la felicidad —tributando la gloria debida a Dios—
ha de estar vigilante y combatiendo contra el hombre viejo— cargado


con la concupiscencia o “fomes peccati”— que son los restos, reliquias
e impedimentos de pecado original que le inclinan hacia el mal y le
obstaculizan en su orientación recta y estable hacia el bien.

La carne rebelde le entorpece instigándole al mal mediante el amor
desordenado y apartándole del bien. El diablo nos supera en inteligencia,
astucia y poder, nos tienta y seduce con algo que tenga apariencias de
bien engañando al hombre y reteniendolo en el pecado. El mundo
como —enemigo del hombre— nos embelesa con un afán excesivo y
desmesurado de los bienes temporales, de bienestar y de poder para
separarnos de Dios. Todos juntos fomentan y difunden el olvido y
la ignorancia de Dios. Esta ignorancia es el mayor enemigo de Dios
y de los hombres.

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