Jamás los hombres podrán discurrir ni pensar un eslogan o lema tan
útil, tan radical y tan perfecto que haga tanto provecho y tanto bien
para su vida como este: “Gloria Dei”, “Deo omnis honor et gloria…”
¡A Dios todo el honor y toda la gloria! Es la plenitud, el fin, la meta,
el quehacer, el plan a conseguir en la actual economía de la salvación
de los hombres.
El cambiar el punto de mira, el objetivo, el camino, el esfuerzo
hacia otra dirección sería el fracaso y la desgracia más grande que le
puede suceder a un ser humano.
Peligro que la historia testimonia y califica con el tan usado y familiar
vocablo “desgracia” que significa etimológicamente y exactamente esta
realidad, es decir, el andar o vivir fuera y al margen de este camino o
plan de la gracia. No dar todo el honor y la gloria a Dios. La humanidad
y el sentido común siempre reconocieron en esta obvia situación como
la desgracia por antonomasia.
El fin absoluto y último de la creación y de la salvación de los
hombres es solo el honor y la gloria de Dios.
Pero todo el honor y la gloria que ha de recibir Dios —Uno y
Trino— desde la creación y desde todos los hombres ha de ser siempre
por medio de Cristo.
En la Misa tenemos la fórmula sublime y el programa acabadísimo
para glorificar a Dios: “Per ipsum, cump ipso et in ipso… Deo omnis
honor et gloria…
Todo lo que invente el hombre para dar honor y gloria a Dios
fuera de Cristo o fuera de este camino será inepto, estéril e inútil y
nunca lograría esta finalidad. Por eso toda la vida cristiana desde su
nacimiento hasta la cumbre de la perfección y de la santidad consiste
en esto solo: “Incorporación e identificación con Cristo”.
El ideal cristiano es hacer todas las cosas por Cristo, a través de
Cristo, por medio de Cristo por eso siempre terminamos nuestras
súplicas y plegarias —“Per Dominum nostrum Jesucrhristum …”
No solo por Cristo, sino —cum ipso, con Cristo— en unión
con El. Mientras permanecemos en gracia está dentro de nosotros y
unidos a El ¡Que valor y que precio adquieren! Sin esta unión no valen
absolutamente para nada —nihil— lo ha dicho el mismo Cristo.
Finalmente también —in ipso, en Cristo, dentro de El— la cumbre
de la sublimidad, de la grandeza y de la santidad. El cristiano no solo
es —alter Christus— sino es —ipse Christus— el mismo Cristo, la
completa y total —cristificación— revestidos de Jesús como una nueva
encarnación del Verbo, dominado y poseído por risto hasta poder
exclamar como San Pablo —mihi vivere Christus est, vivo autem iam
non ego… para mi vivir es Cristo y ya no vivo yo sino que es Cristo
quién vive en mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.