Como se puede observar el vocablo “Iceberg” suena a léxico
anglosajón. Vocablo compuesto de —ice— que es hielo y de —berg—
que es montaña. Es una montaña de hielo. Gran masa de hielo flotante
que sobresale de la superficie del mar. La parte que flota y se ve y la otra
parte que se hunde y no se ve configuran la realidad del “Iceberg”.
Suele emplearse como simil, ejemplo y modelo perfecto de
otra realidad compleja que es la Iglesia, una sociedad o comunidad
constituida por un elemento humano, visible y terrestre y otro espiritual,
invisible y celestial.
La Iglesia tiene una profunda analogía y simil también en el misterio
de la encarnación —la naturaleza humana de Cristo, visible unida a la
naturaleza divina, invisible.
Este Iceberg es la única Iglesia de Cristo que es una, santa, católica y
apostólica, la única columna y fundamento de la verdad. Esta realidad
—Iglesia— santa, inocente e inmaculada también es pecadora, por eso
busca sin cesar el perdón y la penitencia, la renovación y acoge en su
seno a todos los pecadores.
Pero ella también es vida, es gracia, es resurrección, cielo, triunfo
sobre la muerte y avanza en medio de persecuciones y muerte. Predica y
enseña la cruz y la muerte del Señor y se vigoriza al mismo tiempo con
la fuerza y esplendor del Señor resucitado.
La Iglesia como su fundador Cristo, siendo Dios y rica se anonada y
se hace pobre; no está puesta para buscar la gloria y el poder del mundo
sino para servir y su misión necesita también recursos humanos.
Evangeliza y anima los pobres, a los ricos, a los oprimidos, a los débiles,
busca todo lo que está perdido para que no se pierda ni uno solo.
La Iglesia —salvadora— como un Iceberg flota y atraviesa todos
los mares zozobrosos del tiempo hasta llegar al puerto seguro de la
eternidad.
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