lunes, 22 de agosto de 2011

PECADO

El pecado existe.

El gran logro, conquista, éxito del diablo en el siglo XX es el anuncio
y convencimiento universal de que no existe el pecado.

Su grito de victoria es: “Estar tranquilos que no pasa nada, todos somos
unos santos, no hay pecado”.

Enemigo ignorado, enemigo doblemente peligroso.

El pecado abunda y mucho, el pecado es rebeldía, desobediencia,
desamor, hacia Dios que es AMOR; es ese “no quiero”, es “dar las espaldas
a Dios”, es la “conversio ad creaturas” en definición de los Teólogos.

Existen pecados de pensamientos, de obras, de deseos, de palabras,
de omisiones del bien. Hay en la humanidad un —único y verdadero
mal— que se debe evitar: el pecado.

El pecado es la causa y origen de todos los males, transgresiones,
ingratitudes, desarreglos, abusos de la libertad, esclavitudes, de la falta
de paz y alegría en la sociedad, todo pecado daña de algún modo a la
humanidad.

El no querer aceptar —la realidad del pecado— es como querer
tapar los agujeros de la regadera, cuando lo sensato sería cerrar la llave
de paso.

La total malignidad del pecado solo se podría comprender
conociendo a Dios y esto es imposible aquí en la tierra.

Solo Dios, sin embargo, se arroja o atribuye el poder de perdonar
los pecados, de borrar, tirar lejos, olvidar y nos invita, no nos fuerza, a
la conversión, al arrepentimiento, a la penitencia, a la —motanoia—, a
la reconciliación, a la detestación del pecado, a la “conversio ad Deúm”.
Convertios a Mi y seréis salvos”. (Is 45-22).

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