martes, 23 de agosto de 2011

REALIDAD DEL TRABAJO

Nos recuerda el libro del Génesis que “Deus creavit hominem ut operaretur…”. Dios creó el hombre para trabajar. Los peces para nadar, las aves para volar y los hombres para trabajar. Algo tenía que hacer sobre la tierra: cuidarla y trabajarla.

Lo constata también el libro de Job: “Homo ad laborem…”. El hombre para el trabajo y para ser útil.

Cuando Cristo aparece sobre la tierra pasa treinta años de su vida
oculta en Nazaret trabajando de carpintero y así lo conocen sus paisanos como el “Filius fabri…” el hijo del obrero o del carpintero. Los tres años de su vida pública llega hasta el cansancio en su total entrega al duro
trabajo del evangelio.

El trabajo es algo esencial, natural y divino en el hombre, lo que sí es
accidental, juxtapuesto y advenedizo es la fatiga y la molestia que
conlleva.

Dios quiere ahora en esta definitiva y última economía salvífica que
el hombre se salve y santifique en la plataforma del trabajo, es decir,
que el trabajo nos puede condenar o santificar.

Cuando hacemos nuestro trabajo —el que sea, físico o intelectual—
de mala gana y maldiciendo al invento del trabajo, evidentemente que se
hace “chapucería”, se pasa mal y se hace pasar mal a los demás. Si hacemos
nuestro trabajo sabiéndonos hijo de Dios y colaboradores para hacer un
mundo un poco mejor, para servir mejor a los otros, entonces seremos

más útiles y más felices y nos santificaremos en lo pequeño y ordinario
de cada día “y además sin ser bichos raros, ni ñoños, ni hacer cosas
espectaculares iremos ganando el Cielo que es para lo que estamos en la
tierra”.

Dios quiere el trabajo y hay mucho que hacer en la tierra —aunque
sea paradógico— y sobra trabajo, lo que pasa que pasa que también está
la mano negra, el enemigo de Dios, del hombre y del trabajo, es decir,
la manipulación humana, entonces ahí está el problema y la lacra de
nuestro siglo: el paro.

Tenemos que ser consecuentes y cambiar el rumbo de nuestra vida.
No podemos apoyar y firmar unos principios y luego mandar al
patíbulo las consecuencias. En el siglo XX hemos rechazado de cuajo a
Dios —autor y dador del trabajo— y no debe extrañarnos entonces
que con el se nos vaya todo lo bueno: la alegría, el amor, el orden, la paz,
la familia, la felicidad, el trabajo y en definitiva el Cielo.

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