Jamás nadie ni nada podrá traer a este mundo tal y tan feliz mensaje,
doctrina y utilidad para la humanidad: La Navidad de Dios.
La total, plena y definitiva salvación del hombre, el amor y la paz solo
proviene de la Encarnación de Dios —Ensomatosis para los griegos—
el hacerse Dios un hombre como nosotros.
Solamente ese Hombre-Dios puede entender y salvar por dentro y
por fuera todas las amenazas, males, daños y enemigos del mismo
hombre: el pecado y la muerte.
El hombre necesita ser salvado de la muerte, un gran enemigo. A
la muerte no la vencen los cañones, ni las espadas ni las medicinas
solamente la Navidad de Cristo.
También el hombre necesita ser salvado y redimido de otro enemigo,
el pecado.
Las enfermedades del cuerpo se curan y si no las cura la muerte.
Las enfermedades del alma —el pecado— son peores. Mientras se vive,
aunque sea enfermos del alma, se va tirando pero si la muerte nos
sorprende lejos del amor de Dios y separados de la Navidad sería el
peor fracaso y catástrofe para un hombre.
La Navidad ha vencido la muerte y el pecado para siempre, llenando
la tierra de salvación, de gracia, de amor y de paz, por eso se palpa y se
corta tanta alegría en la Navidad.
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