humilde, silenciosa, ni de noche en una cueva a las afueras de una
pequeña aldea.
Podemos poner a volar la imaginación, la fantasía y los sueños porque
todas las venidas y llegadas, entradas y paseos solemnes y triunfales tanto
civiles, como militares y religiosos, los ramos de Jerusalén, las apoteosis
orientales, las basílicas, los arcos triunfales de los reyes y emperadores,
la gloria y los ángeles de Bernini todo será nada y menos que nada ante
la aparición gloriosa y triunfal —parousia— del Señor para juzgar a
toda la humanidad.
Se acabó la humildad, la misericordia y toda intercesión.
Legiones de ángeles, querubines, serafines y todas potestades y
dominaciones llegan abriendo paso entre el cielo y la tierra, avanzan
los doce apóstoles, detrás la Santísima Virgen, la Reina —Madre— que
acompaña siempre a su hijo —Rey— en el campo de batalla —juxta
crucem— y naturalmente el día de triunfo y de victoria. Cierra el
cortejo el Señor, el Rey, el Juez.
Toda la gloria, la majestad, el poder, la victoria del Cielo quiere traer
a la tierra en este dia final.
Y lo verán todos, los justos y los pecadores, con talante y suerte muy
dispar.
Los justos —pecadores también— recorrieron el camino de la cruz
hasta el calvario y lograron la victoria.
la cruz, todo lo contrario, eran enemigos de la cruz con burlas, ataques,
sonrisas y desprecios.
Allí estarán Anás, Caifás, Herodes, Pilato, el Sanedrín judío, la turba
furiosa que gritaba: “Crucificalo, crucifícalo”.
¡Soy yo, aquí me teneis …! Ahora soy el juez …
Todos esperarán oir la sentencia conteniendo el aliento y pidiendo
a los montes que los aplasten, pero los montes por esta vez también se
harán sordos.
Venid benditos —dichosos— a recibir lo prometido: Vida, gloria,
felicidad, remio, reino.
Apartaos de mi —malditos-condenados-enemigos del Señor—
colmad vuestros ensañamientos, persecuciones y odios.
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