jueves, 26 de mayo de 2011

CAÍN Y ABEL



Adán y Eva tuvieron, naturalmente, muchos hijos, pero la Biblia no nos habla de todos ellos porque no es un libro de historia o cosmogenética, sino un libro de historia de la salvación o soteriológico, y por eso nos habla y usa el material que necesita para enseñar a los hombres el camino de la salvación.
La Biblia no nos dice cómo va “el cielo”, sino cómo se va “al cielo”.
Por eso, para cumplir su objetivo, no necesita más que contar la vida y conducta de tres de sus hijos: Caín, Abel y Seth. Es la enseñanza e historia precisa, justa y ejemplar para que los hombres sepan elegir el camino de la salvación.
Caín fue labrador y ofrecía a Dios poco y mal.
Abel era pastor y ofrecía a Dios todo lo mejor de sus rebaños, gordos y hermosos.
Seth también vivió santamente.
Nos está enseñando, con figuras y ejemplos, las dos clases de hombres o ciudades o gremios o grupos que existen y existirán mientras dure el mundo.
Luego, San Agustín hablará en sus obras de “las dos ciudades”: la Ciudad de Dios o del bien, y la Ciudad de la Tierra o del mal.
Hay hombres que viven en la tierra como peregrinos y desprendidos de todas las cosas, viven sólo para Dios y esperan el cielo como su Patria definitiva y última, cuidan y viven también la vida espiritual.
Hay hombres – muchos – que están siempre pegados y atados a la tierra, fundan su felicidad en los goces de la tierra, dominan y giran todo en torno a la tierra y, además, aborrecen, persiguen, afligen y combaten contra aquellos y contra todo lo que es obstáculo o le impide conseguir la felicidad que buscan en la tierra, viven una vida carnal y animal. Como Caín – malos – persiguen y matan a su hermano Abel – buenos –
La corrupción del género humano llegó a tal extremo – y  puede llegar aún más allá – que Dios se arrepintió de haberlos creado, y le envió como castigo el Diluvio. Sólo se salvaron ocho personas buenas – Noé, su mujer y sus tres hijos con sus mujeres y parejas de animales de cada especie –
De poco les sirvió el correctivo, porque pronto debió castigarlos de nuevo por su crecida maldad en la Torre de Babel.

Manuel Latorre de Lafuente
 

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