Dios inventó el matrimonio para garantizar la continuidad y
procreación del género humano. Pero todo tiene su “réplica” y los
hombres de lo que era un bien programado y organizado, lo han trocado en un caos y en un foco de desavenencias. Lo que era un
nido de generosidad, entrega y alegría se convirtió en una cuna de egoismo, de dispersión y de tristeza.
El vinculo matrimonial entre el hombre y la mujer creaba en tono a si: hijos, familiares, amigos, un hogar de amor, de lucha y de bienestar, ahora con las rupturas llega el desastre, la ruina, la desazón y la tristeza
produciendo la diáspora y fuga en los cónyuges, hijos, familiares y amigos.
El divorcio y las separaciones jamás podrán ser causa de algo bueno
en ningún orden ni para nadie, siempre crean y dejan necesariamente
víctimas.
Los cónyuges son libres para contraer matrimonio, pero no son libres
para romper el vínculo matrimonial. A nadie debe extrañar que nuestra
libertad esté así protegida, ya que no es omnímoda ni omnipotente.
En el matrimonio el cuidado, el esfuerzo y el empeño por guardar
fidelidad y custodiar el vínculo dentro del amor debe ser una norma de
siempre y para siempre.
El amor debe crear un lazo sincero, fuerte y permanente, pero a veces
los matrimonios son coincidencias de dos egoismos. Solo el gozo sexual
y la simple unión carnal no basta, no llena, no sacia, no vincula, no
compensa, no completa, no acaba, no agota la compleja, rica y exigente
realidad matrimonial.
Al romperse el matrimonio de pronto se ensaya otra aventura
que romperá de nuevo por no aportar amor sino egoismo. Pasados
los primeros escarceos, encantos y novedades todo el nuevo equipaje
montado se vendrá abajo.
El amor exige que olvidemos nuestro “complicado yo” ya que la
soberbia también daña y mina cualquier matrimonio.
El amor nunca puede darse por supuesto y hecho, los cónyuges
deben recordar con frecuencia y no bajar la guardia ante el “compromiso
de amor” que firmaron en su mocedad. El fuego si no se alimenta se
apaga, el amor hay que cuidarlo y estrenarlo cada día.
Amarse hasta el final este es el reto, el precio y la condición; es fácil
amarse la víspera de la boda o en la primavera de la vida; el permanecer
en el amor hasta el final otorga al hombre y la mujer un título de
“aristócratas del amor”.
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