martes, 23 de agosto de 2011

VERITATIS SPLENDOR

Con estos dos vocablos latinos “veritatis splendor” comienza la última
encíclica del Papa Juan Pablo II.

Así suena como “luz y esplendor de la verdad” en medio de nuestro
oscuro y confuso siglo XX que se encuentra sumido en las tinieblas y
desnortado confundiendo el bién con el mal.

Para que luego acusen y digan que la Iglesia siempre va detrás y llega
tarde a las realidades y acontecimientos de la historia de la humanidad.
No hay peor ciego que el que no quiere ver. Cuando no se quiere aceptar
la verdad se autodisculpa la sociedad con peregrinas y falaces excusas. La
Iglesia como “madre y maestra” siempre está pendiente y llega al momento
y punto exacto y preciso como la sangre que corre inmediatamente a la
herida; pero siempre está la cuquería del hombre que olvida, silencia y
no quiere saber nada de la amarga medicina.

La Iglesia grita que las normas morales y éticas garantizan la
convivencia social tanto nacional como internacional, siempre nos
enseña y proclama que las normas morales fundamentales y mínimas
son universales e inmutables y que están al servicio de la persona y de la
sociedad y que antes estas normas eternas y naturales no hay privilegios
ni excepciones para nadie ya puede ser uno dueño del mundo o el
último miserable de la tierra, ante las exigencias morales somos todos
absolutamente iguales. Estas leyes las lleva todo hombre escritas no en
papeles o en las piedras sino en la cabeza y en el corazón, son leyes
grabadas en la conciencia y en la intrínseca naturalez de cada hombre
de cualquier color o raza y en cualquier latitud o tiempo. “Hacer el bien
y evitar el mal…” “No hagas a los otros lo que no quieras que te hagan a
tí…” Son válidas y promulgadas y explicitadas para todos los hombres
crean o no crean en Dios—. No podemos responder ante un semáforo
rojo: “Yo paso porque no creo en Dios…” Sigue pasando, pocos pasarás.
No podemos decir: “Yo me tomo un litro de veneno porque soy libre…”.

Mentira, terminarás oxidado y tieso. No podemos ponernos a bailar
la samba en los aleros de los balcones y ventanas, terminarás seguro como
un “huevo frito” en una acera.

La encíclica “Veritatis Splendor” nos enseña que el bien verdadero
para la humanidad se fundamenta siempre y ahora en la indisolubilidad
entre la libertad y la verdad.

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