Preludium de J. S. Bach
MATRIMONIO CIVIL
Para un hombre y mujer bautizados el pretendido “matrimonio civil”
es una simple formalidad legal que asegura a los esposos los privilegios
y derechos establecidos por las leyes civiles.
Sin el matrimonio religioso, el matrimonio civil para un cristiano es
un vergonzoso concubinato. Los dos cónyuges pretenden vivir
totalmente fuera y al margen de la vida cristiana y sus normas, por lo
tanto son indignos de los sacramentos —por pública deshonestidad—
y sus hijos, ante la Iglesia, son ilegítimos.
El “matrimonio” para un cristiano es un sacramento querido e
instituido por Jesucristo y los sacramentos no son de la
competencia de la autoridad civil. Jesucristo no ha elegido a los
empleados del Estado para conferir los sacramentos. Sabido es
por la tradición y la historia que en todos los tiempos y lugares,
la Iglesia y la religión han intervenido y celebrado siempre el
matrimonio y a la autoridad religiosa pertenece el decidir y sancionar
si existe o no matrimonio.
La temeraria y vergonzosa secularización del matrimonio no deja de
ser una usurpación e intromisión del poder político.
Ante un acontecimiento tan serio y tan santo como es el Matrimonio,
la autoridad civil poco más que el “cuerpo” les exige a los contrayentes.
La Iglesia tiene la carga y las riquezas de sus cánones y reglas para
bendecir la unión de los dos esposos y atraer sobre ellos y su futura
familia todas las ayudas y bendiciones de Dios. Les exige una
conducta ordenada, prudencia y conocimiento a la hora de la elección de
la persona, les prepara según el querer y las miras de Dios con oraciones
fervorosas, con una confesión general y la Santa Comunión, vigila
sobre los impedimentos y obstáculos “impedientes” que hacen ilícito
el matrimonio y los “dirimentes” que lo hacen nulo, aunque se haya
celebrado y consumado al faltar las condiciones requeridas.
Las proclamas, avisos o amonestaciones de casamiento tienen por
objeto descubrir los impedimentos y hay obligación grave y seria de
manifestarlos.
Así nos lo recuerda la sabiduría popular: “Si vas a la guerra, reza una
oración. Si vas a la mar, reza dos oraciones y si vas a casarte, reza tres
oraciones…”
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