martes, 25 de enero de 2011

EL PROFETA AGEO

El profeta Ageo, junto con Daniel, Zacarías y Malaquías son los últimos profetas del Antiguo Testamento en torno al año 500 a. de Cristo por lo tanto son más claros y concretos en orden a señalar la venida del Mesías.
   Ageo nace en el exilio de Babilonia y vive en los dulces tiempos de Ciro que proclama el edicto de liberación del pueblo judío.
   El profeta acompaña al gobernador Zorobabel en el retorno con la misión de restaurar el templo de Jerusalén.
   Tras del decreto de Ciro, rey persa sobre el año 539 a. de Cristo los judíos que volvieron de Babilonia encontraron su añorada tierra en un campo de ruinas de desolación y de soledad. Comenzaron los trabajos de reconstrucción: templo, murallas, casas con todos los medios, energías y esfuerzos. Ageo se sumó a la empresa común animando a su pueblo y ayudando al gobernador Zorobabel.
   Eran muchas las dificultades y pocos los medios, los repatriados se cansaron y dejaban el trabajo, pobreza, malas cosechas, sequías, las hostilidades de los pueblos vecinos, los samaritanos, algunos se dedicaban más a sus viviendas y a sus campos.
   En medio de esta situación precaria surgen los primeros oráculos del profeta animándolos a la pronta edificación del templo y el Señor pone en boca de Ageo: “Mi casa –el Templo- está en ruinas, mientras que cada uno se preocupa tan solo de la suya…”.
   Les amenaza con una intervención o castigo de Dios que hará temblar a todas las naciones, destruirá reinos profanos y paganos y dará la liberación total y plena a Judá.
   Dos son los temas claros de la referencia de Ageo: la reedificación del templo y el anuncio de la inminente venida del Mesías o Deseado.
   Habla con visión escatológica y final diciendo que este nuevo templo va a ser más célebre y glorioso por la pronta presencia del Mesías que toda la grandeza del templo anterior adornado de oro y plata.
   El profeta intenta interpretar los signos de aquella penosa situación: ruinas, desolación, soledad, pobreza y toda clase de calamidades que están viviendo son como el resultado y consecuencia del abandono o letargo espiritual a que ha llegado al pueblo de Dios.
   Es preciso renovar la fe, el amor y la esperanza en Dios, poner manos a la obra, restablecer la unión con Dios, edificar un templo digno del Señor, para atraer y multiplicar las bendiciones de Dios, reavivar las esperanzas mesiánicas centradas en mi siervo Zorobabel, hijo de Salatiel y descendiente de David.



                              Manuel Latorre De Lafuente

EL PROFETA SOFONÍAS

El profeta menor Sofonías pertenecía a una familia ilustre y familiar del rey Ezequías y vivió en la aldea de “Sarabat”.
   Vaticinó en los días del reinado de Josías entre los años 678-608 a. de Cristo.
   Anunció el juicio de Dios contra el pueblo de Judá y contra todas las naciones y también profetizó sobre la ruina de Nínive que será convertida en soledad, desierto y en guardia de fieras.
   Después de fulminar con terribles amenazas a Jerusalén, concluye sus oráculos con la promesa de la libertad, la cesación del cautiverio, la promulgación de una nueva ley mesiánica, y la vocación y participación de todos los pueblos.
   Desde el tiempo de la cautividad del reino del Norte o Israel llevada a cabo por los asirios en el año 722 a. de Cristo, quedó el reino de Judá o Sur sometido al dominio asirio.
   Poco a poco la vida religiosa de Judá fue invadida por costumbres extranjeras y prácticas paganas. En medio de esta decadencia el rey Josías fue un gran reformador y defensor de las prácticas tradicionales y religiosas del pueblo. El profeta Sofonías ayudó y fue un inestimable colaborador en esta época para predicar, despertar y mantener el espíritu religioso de su pueblo.
   Aunque no es original en la temática de su profecía, continúa y sigue los temas tradicionales de los grandes profetas: denunciar la culpa y el pecado del pueblo, la llamada a la penitencia y a la conversión, el perdón y la misericordia y la fidelidad de Dios y la liberación.
   Sofonías por amor a su pueblo denuncia con fuerza y vehemencia la maldad y los pecados contra Dios y contra el prójimo –una situación insostenible- que va a provocar la ira del “día del Señor” o “del castigo” para hacer justicia sobre la tierra.
   De este castigo solamente escaparán los que han sido fieles a la confianza y al amor de Dios y a la moral de la Alianza.
   Es un “grupo, un trozo, el resto de Israel” o pueblo de Dios que protegerá, defenderá y salvará: “El Señor tu Dios está en medio de ti y es un salvador poderoso…”
   Sofonías le anima al “resto de Israel”: “Da gritos y saltos de alegría, Sión, exulta de júbilo, Jerusalén, alégrate de todo corazón porque el Señor ha anulado la sentencia…”. La única sentencia que salva de verdad.
   Todo este castigo y destrucción preconizados darán paso a la liberación y salvación final con la venida del Mesías-Salvador.


                            Manuel Latorre De Lafuente

EL PROFETA HABACUC

Habacuc fue contemporáneo del profeta Jeremías y algunas veces aparece con el nombre de “Ambacum”.
   Los exégetas y escrituristas lo colocan realizando su misión profética en concreto en los tiempos del rey de Judá, Joakim o Jeconías, entre los años 625 y 612 a. de Cristo que fue un reinado de injusticias e iniquidades.
   Habacuc se estremece y se queja al ver como prosperan y oprimen los pueblos caldeos, impíos e idólatras contra la desgracia del pueblo de Dios. El profeta, no se resigna, interpela, cuestiona, protesta, se enfrenta a Dios. No encaja la situación dramática de su pueblo castigado y oprimido con su fe y las promesas. La mano y la acción de Dios en la historia se le hace incomprensible.
   A pesar de los pesares, de las apariencias, de la triste situación, de las contradicciones, injusticias, calamidades e iniquidades, descubre la clave en la fidelidad del justo que responde a la firma y real fidelidad de Dios.
   Dios que dio pruebas de fidelidad en el pasado, es el mismo Dios ahora y siempre está. El señor continúa siendo la única fuerza –la diestra poderosa- y anima al pueblo a saber esperar contra toda esperanza. Dios siempre tiene la última carta.
   Está viendo y sufriendo que “El malvado acorrala al justo y la justicia está pervertida”. La historia parece que la sucesión de opresores e injusticias que se pasan los relevos de unas manos a otras.
   Predice la ruina de los pueblos opresores y que sus ídolos no podrán defenderlos.
   Amenaza con maldiciones a los caldeos y a los opresores –azote de Dios- instrumento que sirve para castigar la culpa del pueblo de Dios.
   Hace unos “Ayes o Lamentaciones” sobre la maldad y situación del pueblo: ladrones, saqueos, ganancias injustas, despojos, crímenes, drogas y borracheras, otras vergüenzas y las idolatrías.
   Termina su pequeño libro con solo tres capítulos con un himno de alabanza a Dios y un canto a la esperanza.
   “Señor vuelve a actuar en nuestro tiempo y a nuestro favor, date a conocer también en nuestros días y aunque estés airado no te olvides de tener compasión…”.
   “Señor, acuérdate que saliste a salvar a tu pueblo y a tu Ungido –el Mesías-“.


                              Manuel Latorre De Lafuente

NAHUM DE ELCÓS

Además de clasificar a los profetas de mayores y menores según la extensión de su profecía, otros los denominan cronológicamente en: pre-exílicos, exílicos o post-exílicos según realicen su misión antes, en o después del destierro o cautividad.
   El profeta Nahum predicó su profecía u oráculo sobre la ciudad prostituta de Nínive sobre el año 612 a. de Cristo.
   Nahum nace en la aldea de Elkós, Elcesa o Elcesai, una incógnita geográfica.
   Unos la sitúan en Galilea y otros en Nínive. Etimológicamente “Nahum” significa “Consolado” pero el profeta quiere ser el “Consolador” de su pueblo en el exilio.
   El tema central de su libro es la ruina y la caída de Nínive. Después de la hazaña y predicación de Jonás, Nínive retorna al vómito, a sus vicios y pecados y, reinando Sardanápolo fue tomada y destruida por el general Nabopolasar, padre de Nabucodonosor.
   Nahum proclamó el mismo mensaje de Jonás: alertar del peligro, cambiar de su mala vida y arrepentirse para poder alcanzar el perdón y la misericordia de Dios.
   Nahum le recuerda al obstinado, obcecado, soberbio y guerrero pueblo ninivita que no son todopoderosos ni inexpugnables y les habla de la famosa y poderosa Tebas en Egipto que había sido tomada por el asirio Asurbanipal.
   El mensaje y la profecía de Nahum sobre la ciudad opresora y bélica de Nínive es muy duro. Denuncia los vicios y pecados, infidelidades e idolatrías de los ricos, poderosos y grandes: sacerdotes, jueces y falsos profetas. Apenas aparece la compasión de Dios hacia el pueblo pecador y pertinaz y su ira no cesará hasta aniquilar la ciudad opresora de Nínive.
   Nahum, judío, oprimido y desterrado con su pueblo expone la justicia y la fidelidad de Dios que con razón castiga a Nínive por mantenerse obstinadamente en su actitud.
   Dios, no los asirios, es el Señor de la historia y el que controla el mundo y no soporta la opresión y la esclavitud de los pueblos. Dios es la única norma y medida.
   También predice y anuncia la esperanza al pueblo de Dios con la venida del Mesías-Salvador en Belén de Efrata como lo había hecho su colega el profeta Miqueas.
   Al final coloca un himno a la misericordia y al infinito amor de Dios que siempre es más grande que la malignidad de los pecados para todos los que siguen el camino de la salvación.
   Así cierra y termina Nahum su libro: “Oh, rey de Asiria, no hay remedio para tu herida, y tu llaga es incurable, todos los que se enteran aplauden tu ruina…”.

                           Manuel Latorre De Lafuente

EL PROFETA MIQUEAS

El nombre de Miqueas nos asocia fonéticamente al vocablo “Michael” o “Miguel” que significa “Quién como Dios”.
   Miqueas era un campesino que vivió sobre los años 758 a. de Cristo en una pequeña aldea llamada “Moreset Gat” situada a 35 Kms al suroeste de Jerusalén. Nacieron sus oráculos durante los reales gobiernos de Joatan, Acaz y Ezequías. Fue contemporáneo de los profetas Isaias y de Oseas, Joel y Amos.
   Cuenta San Jerónimo en el siglo IV que visitando Jerusalén se podía venerar en la aldea de “Moreset” el sepulcro del profeta.
   Miqueas y otros campesinos visitan Jerusalén y quedan asustados de los daños, devastaciones e invasiones a causa de las expansiones y correrías de los Asirios antes de la catástrofe y desastre final: la cautividad de los dos reinos Norte y Sur.
   Miqueas hace un análisis de la penosa situación del pueblo de Dios: monarcas, poderosos, sacerdotes y falsos profetas; injusticias de los ricos, complicidad de los jueces, el engaño de los profetas, la falsa piedad y culto vacío de los sacerdotes, la idolatría de los monarcas.
   Les anuncia y amenaza con un castigo proporcionado a la desastrosa y calamitosa situación.
   El Señor va a manifestar su justicia contra los pecados, la mala vida y las infidelidades de su pueblo con un castigo devastador contra las capitales e Samaría-Norte y de Jerusalén-Sur.
   El profeta también deja una puerta abierta a la esperanza y el castigo será una llamada a la conversión y a la penitencia.
   Predice el destierro y la cautividad por parte del asirio Senaquerib y del caldeo Nabucodonosor e intuye también el decreto futuro de libertad de Ciro dejando retornar al pueblo judío a Sión, a Jerusalén, a la tierra de la promesa de la dinastía de David; les indica el lugar exacto donde nacerá el Mesías-Rey: “Y tú, Betlehm o Efrata, ciudad pequeña, pero de ti saldrá el dominador de Israel, el cual fue engendrado en el principio, desde los días de la eternidad…”.
   Esta es la cita de la respuesta que dieron los rabinos o doctores de los judíos al rey Herodes por las preguntas de los Reyes Magos en el nacimiento de Jesús.
   Betlehm de Judá, centro y lugar universal del encuentro del pueblo con su Dios y con su Palabra, punto de unión entre el cielo y la tierra, lazo amniótico y umbilical entre lo humano y lo divino.
   La profecía de Miqueas intercambio y ráfagas de amenazas duras y crudas con las tiernas, finas y dulces promesas y el anuncio de la salvación, de la restauración, de la infinita misericordia de Dios, del perdón, de la paz y de la eterna fidelidad con el pueblo de su alianza.
 


                            Manuel Latorre de Lafuente

lunes, 24 de enero de 2011

EL LIBRO DE JONÁS

El profeta Jonás, hijo de Amitay, era natural de Gat-Jefer, una aldea a 5 kilómetros de Nazareth y vivió en los tiempos de Jeroboán II, monarca del reino del Norte o Israel sobre los años 810 a. de Cristo. Es el más antiguo de los profetas mayores y menores.
   Es una profecía distinta de los demás profetas, su relato parece más una historia de su propia vida, nos pone el ejemplo de la infinita misericordia de Dios y la penitencia de los ninivitas.
   Asiria siempre fué un pueblo guerrero, belicoso y duro –con guerras internas y fuera de sus fronteras-. Una de sus poderosas capitales Ninive junto con Babilonia.
   Nínive era una grandísima ciudad, populosa, rica y poderosa, según el Libro de Jonás: “Tres días de camino en circuito para recorrerla…”.
   Hoy no es extraño al ver nuestras ciudades modernas que no se recorren a pié ni en tres semanas.
   Nínive es la ciudad extranjera, pagana, temida, pecadora y enemiga por antonomasia. En lenguaje coloquial para hablar de la gran corrupción y libertinaje se decía: “La gran prostituta” “Nínive” “Magna Babilonia”.
   El Señor conoce esta ciudad, quiere poner remedio y llama a Jonás para tan desproporcionada misión.
   Solo pensar en ello, Jonás lo ve imposible, un absurdo y una locura.
   Como queriendo huir de aquella dura misión, se embarca en la primera nave que encuentra en el puerto de Joppe como queriendo poner –mar de por medio lejos de Nínive-.
   Se levanta una gran tempestad, la mar brava y enfurecida, el nerviosismo y miedo de la dotación, los marineros rezan, arrojan lastre, aligeran la nave mientras encuentran a un tal Jonás despreocupado y tranquilo descansando en las bodegas, deciden culparlo y echarlo al agua. Un cetáceo –un gran pez- lo tragó y estuvo tres días en su vientre hasta que lo arrojó vivo a la ribera.
   Jonás, reza, da gracias, escucha de nuevo al Señor y cumple la orden y el servicio de predicar a los ninivitas. Nos recuerda el pasaje del evangelio: “Los trabajadores de la viña”. El padre manda a sus dos hijos a trabajar a la viña. Uno dice que va y no va. El otro –como Jonás- dice que no va y luego termina trabajando en la viña del Señor.
   Todos los ninivitas, empezando por el rey, escucharon la predicación de Jonás, creyeron la palabra de Dios, hicieron ayuno y penitencia, se vistieron de sayal y de ceniza y se convirtieron de su mala vida y Dios siempre fiel a su palabra tuvo misericordia y perdonó a Nínive y la libró de todos los males y amenazas. Dios siempre está cuando sus hijos quieren como la sangre corre a la herida. Nos recuerda la parábola del hijo pródigo.
   El castigo de Jonás –tres días en vientre de la ballena- y arrojado fuera y vivo, es tipo y figura de Cristo, que después de muerto y sepultado a los tres días ha resucitado.



                          Manuel Latorre de Lafuente

VENTUS EST VITA MEA

   Así nos habla el Santo Job sobre la brevedad de la vida como un viento o soplo: "Ventus est vita mea...".
   Exactamente todo lo contrario de lo que el hombre más ansía y quiere que es perpetuarse, vivir siempre y no morir, pervivir.
   Dios no nos engaña, no sería un Dios omnipotente y sabio si hace frustrar estas ganas innatas en los hombres. La pervivencia y la eternidad es la verdad, lo equitativo, lo justo, lo que conviene, aquieta y exige la naturaleza humana.
   Todo esto tiene un precio: el ajuste, la coherencia, la subordinación de las criaturas al hombre y del hombre a las exigencias de su vocación en unirse y seguir al origen y causa de la vida-Cristo: Yo soy la vida.
   Todos los pueblos del planeta han expresado en sus culturas pensamientos sobre la fugacidad y cortedad de la vida y al mismo tiempo constatan un deseo innato de pervivencia y eternidad.
   Es una condición propia del tiempo, el movimiento. Todo camina, se mueve, se dirige hacia alguna parte, nada hay estético ni quieto.
   Nosotros filósofos de a pié también percibimos el movimiento.
   La Biblia lo enseña en sus páginas: “Ventus est vita mea…” un soplo, un viento, un suspiro. En otro lugar: “Vita brevis est…” la vida no es una breva, la vida es breve. Otra página: “Vita sicut herba…” hierba que florece por la mañana y por la tarde se seca.
   La cultura romana nos transmite: “Tempus fugit…” sobre la fugacidad y rapidez de la vida.
   Los griegos: “Panta rei…” todo se mueve, todo va, todo fluye hasta llegar a la quietud, a la “ataraxia” a lo estático, lo definitivo, el descanso sin fatigas, sin tiempo y sin movimiento, a la eternidad.
   El “Kosmos o universo ordenado” nos ofrece el movimiento de rotación y de traslación. “Orbis evolvitur…” el orbe, la tierra gira y gira.
   La elocuencia de un “Kosmos ordenado” nos habla de movimiento y danza astronómica, lo contrario sería el caos y el final.
   Etimológicamente el vocablo “naturaleza” es “natura”, “nascitura” es todo lo que vemos y somos, un constante y necesario nacer y desaparecer de todo lo creado, es lo que va a nacer, el “fieri”, lo que está naciendo, lo que va a llegar a ser “genesis”, el devenir.
   Según la metafísica o estudio de los seres, las cosas, los entes, no aparecen de repente, si no que tienen un proceso, movimiento u orden: “Primum esse post operari…” Primero potencia o poder ser, luego acto o ser y por último obrar o hacer.
   El tiempo y el movimiento como marco o “Sitz im leben” nos hablan que nuestra vida es caduca y limitada. La eternidad es la ausencia de tiempo y de movimiento.


                              Manuel Latorre de Lafuente