es necesario creer y aceptar la doctrina de Cristo el único “Soterós y
Salvador” de la humanidad.
Para garantizar la fiel transmisión de la doctrina en todos los tiempos
y todos los hombres fundó la Iglesia Santa que nos enseñará la verdad.
Ha prometido: “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos…”.
La Iglesia ejerce y cumple este encargo de una manera indefectible e
infalible. El periplo y recorrido por la historia no es facil, ni ancho, ni
cuesta abajo, sino que es estrecho, costoso y cuesta arriba.
Cuando la Iglesia manda, prohibe o amonesta no pretende de
ninguna manera molestarnos o hacernos daño, sino que busca nuestro
bién aunque cueste o pataleemos, como los niños pequeños que lloran
cuando su madre le quita el cuchillo o el vaso de veneno que pretende
usar como juguetes. Así la iglesia resulta ser, a pesar de todo, la institución
que más ha contribuido al progreso y al bién de la sociedad.
Hoy está de moda hablar de “católicos por libre” que viven al margen
de la Iglesia o de “católicos agnósticos” o de “católicos pero no practicantes”
o de “católicos contestatarios” nuevos títulos nacidos de la ignorancia
religiosa pero que la sana filosofía y la lógica califica de absurdo,
contrasentido y utópico.
Cuando decimos y afirmamos que la Iglesia es infalible nos
referimos al control que ejerce para evitar el error e impedir que la
doctrina revelada sea deformada o cambiada durante los siglos; fuera
de este campo tanto la Iglesia como el Papa pueden equivocarse como
cualquier otra institución o persona humana.
Infalibilidad no significa impecabilidad. La Iglesia está llena y
formada de hombres pecadores. El Papa —como todo hombre— puede
tener faltas y pecados.
Precisamente en la historia ha habido Papas que no han sido
ejemplares. Pecadores sí, pero infalibles, enseñando siempre a los
hombres de una manera segura e infalible la verdad y el camino de la
salvación.
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