El profeta Ageo, junto con Daniel, Zacarías y Malaquías son los últimos profetas del Antiguo Testamento en torno al año 500 a . de Cristo por lo tanto son más claros y concretos en orden a señalar la venida del Mesías.
Ageo nace en el exilio de Babilonia y vive en los dulces tiempos de Ciro que proclama el edicto de liberación del pueblo judío.
El profeta acompaña al gobernador Zorobabel en el retorno con la misión de restaurar el templo de Jerusalén.
Tras del decreto de Ciro, rey persa sobre el año 539 a . de Cristo los judíos que volvieron de Babilonia encontraron su añorada tierra en un campo de ruinas de desolación y de soledad. Comenzaron los trabajos de reconstrucción: templo, murallas, casas con todos los medios, energías y esfuerzos. Ageo se sumó a la empresa común animando a su pueblo y ayudando al gobernador Zorobabel.
Eran muchas las dificultades y pocos los medios, los repatriados se cansaron y dejaban el trabajo, pobreza, malas cosechas, sequías, las hostilidades de los pueblos vecinos, los samaritanos, algunos se dedicaban más a sus viviendas y a sus campos.
En medio de esta situación precaria surgen los primeros oráculos del profeta animándolos a la pronta edificación del templo y el Señor pone en boca de Ageo: “Mi casa –el Templo- está en ruinas, mientras que cada uno se preocupa tan solo de la suya…”.
Les amenaza con una intervención o castigo de Dios que hará temblar a todas las naciones, destruirá reinos profanos y paganos y dará la liberación total y plena a Judá.
Dos son los temas claros de la referencia de Ageo: la reedificación del templo y el anuncio de la inminente venida del Mesías o Deseado.
Habla con visión escatológica y final diciendo que este nuevo templo va a ser más célebre y glorioso por la pronta presencia del Mesías que toda la grandeza del templo anterior adornado de oro y plata.
El profeta intenta interpretar los signos de aquella penosa situación: ruinas, desolación, soledad, pobreza y toda clase de calamidades que están viviendo son como el resultado y consecuencia del abandono o letargo espiritual a que ha llegado al pueblo de Dios.
Es preciso renovar la fe, el amor y la esperanza en Dios, poner manos a la obra, restablecer la unión con Dios, edificar un templo digno del Señor, para atraer y multiplicar las bendiciones de Dios, reavivar las esperanzas mesiánicas centradas en mi siervo Zorobabel, hijo de Salatiel y descendiente de David.
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