lunes, 24 de enero de 2011

EL LIBRO DE JONÁS

El profeta Jonás, hijo de Amitay, era natural de Gat-Jefer, una aldea a 5 kilómetros de Nazareth y vivió en los tiempos de Jeroboán II, monarca del reino del Norte o Israel sobre los años 810 a. de Cristo. Es el más antiguo de los profetas mayores y menores.
   Es una profecía distinta de los demás profetas, su relato parece más una historia de su propia vida, nos pone el ejemplo de la infinita misericordia de Dios y la penitencia de los ninivitas.
   Asiria siempre fué un pueblo guerrero, belicoso y duro –con guerras internas y fuera de sus fronteras-. Una de sus poderosas capitales Ninive junto con Babilonia.
   Nínive era una grandísima ciudad, populosa, rica y poderosa, según el Libro de Jonás: “Tres días de camino en circuito para recorrerla…”.
   Hoy no es extraño al ver nuestras ciudades modernas que no se recorren a pié ni en tres semanas.
   Nínive es la ciudad extranjera, pagana, temida, pecadora y enemiga por antonomasia. En lenguaje coloquial para hablar de la gran corrupción y libertinaje se decía: “La gran prostituta” “Nínive” “Magna Babilonia”.
   El Señor conoce esta ciudad, quiere poner remedio y llama a Jonás para tan desproporcionada misión.
   Solo pensar en ello, Jonás lo ve imposible, un absurdo y una locura.
   Como queriendo huir de aquella dura misión, se embarca en la primera nave que encuentra en el puerto de Joppe como queriendo poner –mar de por medio lejos de Nínive-.
   Se levanta una gran tempestad, la mar brava y enfurecida, el nerviosismo y miedo de la dotación, los marineros rezan, arrojan lastre, aligeran la nave mientras encuentran a un tal Jonás despreocupado y tranquilo descansando en las bodegas, deciden culparlo y echarlo al agua. Un cetáceo –un gran pez- lo tragó y estuvo tres días en su vientre hasta que lo arrojó vivo a la ribera.
   Jonás, reza, da gracias, escucha de nuevo al Señor y cumple la orden y el servicio de predicar a los ninivitas. Nos recuerda el pasaje del evangelio: “Los trabajadores de la viña”. El padre manda a sus dos hijos a trabajar a la viña. Uno dice que va y no va. El otro –como Jonás- dice que no va y luego termina trabajando en la viña del Señor.
   Todos los ninivitas, empezando por el rey, escucharon la predicación de Jonás, creyeron la palabra de Dios, hicieron ayuno y penitencia, se vistieron de sayal y de ceniza y se convirtieron de su mala vida y Dios siempre fiel a su palabra tuvo misericordia y perdonó a Nínive y la libró de todos los males y amenazas. Dios siempre está cuando sus hijos quieren como la sangre corre a la herida. Nos recuerda la parábola del hijo pródigo.
   El castigo de Jonás –tres días en vientre de la ballena- y arrojado fuera y vivo, es tipo y figura de Cristo, que después de muerto y sepultado a los tres días ha resucitado.



                          Manuel Latorre de Lafuente

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