Habacuc fue contemporáneo del profeta Jeremías y algunas veces aparece con el nombre de “Ambacum”.
Los exégetas y escrituristas lo colocan realizando su misión profética en concreto en los tiempos del rey de Judá, Joakim o Jeconías, entre los años 625 y 612 a . de Cristo que fue un reinado de injusticias e iniquidades.
Habacuc se estremece y se queja al ver como prosperan y oprimen los pueblos caldeos, impíos e idólatras contra la desgracia del pueblo de Dios. El profeta, no se resigna, interpela, cuestiona, protesta, se enfrenta a Dios. No encaja la situación dramática de su pueblo castigado y oprimido con su fe y las promesas. La mano y la acción de Dios en la historia se le hace incomprensible.
A pesar de los pesares, de las apariencias, de la triste situación, de las contradicciones, injusticias, calamidades e iniquidades, descubre la clave en la fidelidad del justo que responde a la firma y real fidelidad de Dios.
Dios que dio pruebas de fidelidad en el pasado, es el mismo Dios ahora y siempre está. El señor continúa siendo la única fuerza –la diestra poderosa- y anima al pueblo a saber esperar contra toda esperanza. Dios siempre tiene la última carta.
Está viendo y sufriendo que “El malvado acorrala al justo y la justicia está pervertida”. La historia parece que la sucesión de opresores e injusticias que se pasan los relevos de unas manos a otras.
Predice la ruina de los pueblos opresores y que sus ídolos no podrán defenderlos.
Amenaza con maldiciones a los caldeos y a los opresores –azote de Dios- instrumento que sirve para castigar la culpa del pueblo de Dios.
Hace unos “Ayes o Lamentaciones” sobre la maldad y situación del pueblo: ladrones, saqueos, ganancias injustas, despojos, crímenes, drogas y borracheras, otras vergüenzas y las idolatrías.
Termina su pequeño libro con solo tres capítulos con un himno de alabanza a Dios y un canto a la esperanza.
“Señor vuelve a actuar en nuestro tiempo y a nuestro favor, date a conocer también en nuestros días y aunque estés airado no te olvides de tener compasión…”.
“Señor, acuérdate que saliste a salvar a tu pueblo y a tu Ungido –el Mesías-“.
Manuel Latorre De Lafuente
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