domingo, 24 de julio de 2011

DESEO DE DIOS


La última y fundamental razón por la que el hombre es grande y exige tanta dignidad y respeto es por el parentesco y comunión que tiene con Dios. Lleva dentro un deseo innato inserto en el corazón
que le tira y le inclina hacia Dios.

Siempre le aflora a lo largo de su vida esa tendencia, reclamo, vocación o llamada por parte de Dios. Dios le atrae al hombre como un imán en medio de los trabajos, alegrías, tristezas, dolor y muerte.
Jamás el hombre se encuentra tranquilo mientras no encuentra el “placet” y respuesta de Dios como dice San Agustín.

Es natural esta atracción y dependencia del hombre hacia a Dios pues lo creó por amor, quiere que ande en el amor y lo destina finalmente para el amor.

Dios lo lleva de la mano como un padre al niño pequeño, rebelde y corre veidile que siempre intenta escapar de la mano y salirse del camino y de la pista del amor.

La historia humana se reduce a esto: contar y narrar los comportamientos y hazañas de los hombres cuando se acercan a Dios
o cuando se alejan de El. Luces y sombras que van haciendo real el innato deseo de Dios que el hombre lleva dentro. Religiones, creencias y comportamientos religiosos en todos los siglos y en el mundo entero que hacen definir al hombre como un “ser religioso”.
Dios —como Padre y Amor— no deja jamás de llamar, buscar e incitar a todo hombre para que viva en el amor y encuentre la
dicha y la felicidad. Pero Dios quiere que el hombre haga todo esto libremente— no forzado ni atado por las narices y —triste y paradogicamente— es el hombre, la única creatura que puede olvidar y rechazar a Dios. Entonces las consecuencias saltan inmediatamente a la vista: el hombre es como las piezas sueltas de un reloj o un hueso fuera de sitio o un elefante suelto en una tienda de cacharros.

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