sábado, 17 de septiembre de 2022

                                                          SPRICH   - WORTEN  -  282

Dios  deja todo bién atado  y  puntualizado   para   que su creatura  preferida y previlegiada   sepa y pueda orientarse   con seguridad  hasta el Cielo. Los  bienes  materiales  que les regala  pueden ser un estorbo   y  por eso  eso  nos pone en el  panel  también   el  décimo y ultimo    mandamiento  que  anuncia  "  No codiciarás los bienes ajenos " .  Un  toque de atención  de Padre  porque  sabe  que ese peligro está ahí  y el hombre  se olvida  de que vale mas que   todas las cosas  y se pega a las cosas. Salta la avaricia, el deseo desordenado  de las riquezas  y   de los bienes   de   los   otros  y  la envidia  que es tristeza ante los bienes   del projimo. La  codicia  se explica  en   un pagano  que no tiene otra  esperanza  que los bienes caducos  y terrenos, pero  en un cristiano  que  tiene   la esperanza    teologal  mas allá del tiempo  y de las cosas efímeras  y  tiene el mayor  deseo  del hombre que es ver a Dios. ¡ Quiero ver a Dios  !  . Es el grito  y  deseo  de todo humano. El  hombre realiza  su verdadera  y  plena felicidad  en la visión  de aquel que lo ha creado  por Amor  y  lo atrae hacia sí  en su infinito amor. Así  lo  recuerda San  Gregorio de Nisa: "  El que ve a Dios  obtiene  todos los bienes  que se pueden concebir ".  Dios  baja  a lo  mas interior y  profundo  de nuestro  ser  para proteger  y  ayudar  en este conflicto  interior   de desorden  y de tensión  que este uso   de los bienes materiales  que el hombre necesita  para   subsistir  y desarrollar su vida  en la tierra. Es  necesario  que el hombre  haga fructificar   sus talentos  -  su ingenio y el trabajo -  todas  las posibilidades económicas  para ejercer  su libertad, ayudar a la familia  y  promover el bienestar social, pero  no puede esclavizarse  y  estar  pegado   a los bienes  efímeros porque el hombre  es más  y vale más.  La  conformidad  con lo que  Dios nos da  nos hace felices, la  avaricia,   la codicia  y la envidia  de lo que no se posee es lo que no hace feliz a nadie. El verdadero  tesoro  y riqueza  está en el Cielo. Zaqueo  y  Lázaro  eran  hombres  ricos,  pero no tenían el corazón pegado a las riquezas  porque en su corazón  estaba el amor  y la amistad  con Jesús. No  toda  riqueza es mala, ni toda pobreza es buena. No todos los ricos se condenarán  ni todos lo pobres se salvarán. Hay  muchos ricos  que  tienen  su  corazón lleno  de  Dios,  y hay muchos  pobres  que   tienen  su corazón  ocupado  con una cadenita  de oro  o  cucharita de oro,  pero son cadenas  que  nos alejan de Dios. De  nada nos sirve vivir  sin un céntimo  si  acariciamos el deseo   de poseerlo. Se  puede ser avaro  sin tener dinero. Nos  recuerda  San José María : "  No  consiste  la verdadera pobreza  en no tener, sino en estar  desprendido, por eso  hay pobres  que realmente  son ricos ". El  décimo  mandamiento  nos   ayuda   al  desprendimiento    y la lucha contra el  apego  de los bienes de la tierra, fomentando el deseo  de la felicidad  verdadera  que se alcanza   -  aquí -   viviendo  en gracia de Dios  por encima de todo  y después  - en plenitud  -  en el Cielo, viendo a Dios  y gozando  de Dios. Nos   recuerda  también  esta  ley  universal  "  No bajan    con el rico  al sepulcro  sus riquezas  ". 

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