Si los diez mandamientos, normas, preceptos, leyes o palabras –Logos- es el lenguaje que expresa el querer y la voluntad de Dios sobre todos los hombres, lugar y tiempo, como fundamento o marco para la convivencia, conducta y moral, único camino para una vida eterna, le va a ser muy difícil a los hombres maquinar otra normativa o alternativa.
Viejas leyes universales, sabias y divinas entregadas por el mismo Dios a su siervo Moisés en el monte Sinaí, promulgadas de una forma solemne, con voz potente, con fuego, con relámpagos y truenos, grabadas en piedra y en el corazón de cada hombre, se trata de una sanción eterna para cada hombre.
Para ser felices y salvarse hay que luchar por cumplirlas todas, para perderse basta faltar a una sola, para cruzar el puente es necesario que no se haya hundido ningún arco.
Si los hombres –pobres hombres- pueden y deben legislar por qué no Dios –Dueño Todopoderoso y creador?.
Ya no sirve –no sirvió nunca- aquella astuta cuquería: ”yo no robo ni mato...”.
El Decálogo es sin duda el mejor programa, ley, completa y perfecta que se ha dado para vivir en paz y tranquilidad los individuos, las familias, los pueblos y las naciones.
Por ser Dios el autor contempla todos los derechos y deberes. Toda estima, respeto, bienestar, felicidad y salvación definitiva va pareja a la guarda y cumplimiento de los mandamientos y todas las tragedias tienen relación con el incumplimiento.
Ahí están las cárceles llenas de desgraciados incumplidores del Decálogo. Las grandes maromas que tejen la historia: hambre, injusticias, guerras, homicidios, disgustos, lágrimas y más penas.
Obviamente cualquier sociedad que no quiera aceptar esta normativa o Decálogo o Decanomía –auténticos valores- va camino del hundimiento.
Qué futuro y final podrá tener una sociedad que no respete estas normas de juego: los valores de la familia, la fidelidad, los hijos, los inocentes, los ancianos, la normalidad sexual, la honradez, la religión, la verdad, la moral. Sin el Decálogo –ley de Dios- todo se organiza necesariamente contra el hombre.
Nunca son normas o prohibiciones caprichosas o trabas, sino detalles y caricias, justas y sabias solo para nuestro bien. Es verdad que nos cuesta. Nunca estorban ni son peligrosas las señales de la carretera, pesan las ruedas de los carros y aviones pero son necesarias para andar y volar.
Único camino seguro de salvación: “Si quieres entrar y gozar de vida eterna, guarda los mandamientos” (Mt. 19,17).
Son leyes que pertenecen constitutivamente a la esencia del hombre como ley natural, insita en cada conciencia, válida como ley Mosaica para el Antiguo Testamento y como ley Nueva del amor para toda la humanidad.
Manuel Latorre de Lafuente
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