Adán y Eva tuvieron, naturalmente, muchos hijos, pero la Biblia no nos habla de todos ellos porque no es un libro de historia o cosmogenética, sino un libro de historia de la salvación o soteriológico, y por eso nos habla y usa el material que necesita para enseñar a los hombres el camino de la salvación.
Por eso, para cumplir su objetivo, no necesita más que contar la vida y conducta de tres de sus hijos: Caín, Abel y Seth. Es la enseñanza e historia precisa, justa y ejemplar para que los hombres sepan elegir el camino de la salvación.
Caín fue labrador y ofrecía a Dios poco y mal.
Abel era pastor y ofrecía a Dios todo lo mejor de sus rebaños, gordos y hermosos.
Seth también vivió santamente.
Nos está enseñando, con figuras y ejemplos, las dos clases de hombres o ciudades o gremios o grupos que existen y existirán mientras dure el mundo.
Luego, San Agustín hablará en sus obras de “las dos ciudades”: la Ciudad de Dios o del bien, y la Ciudad de la Tierra o del mal.
Hay hombres que viven en la tierra como peregrinos y desprendidos de todas las cosas, viven sólo para Dios y esperan el cielo como su Patria definitiva y última, cuidan y viven también la vida espiritual.
Hay hombres – muchos – que están siempre pegados y atados a la tierra, fundan su felicidad en los goces de la tierra, dominan y giran todo en torno a la tierra y, además, aborrecen, persiguen, afligen y combaten contra aquellos y contra todo lo que es obstáculo o le impide conseguir la felicidad que buscan en la tierra, viven una vida carnal y animal. Como Caín – malos – persiguen y matan a su hermano Abel – buenos –
La corrupción del género humano llegó a tal extremo – y puede llegar aún más allá – que Dios se arrepintió de haberlos creado, y le envió como castigo el Diluvio. Sólo se salvaron ocho personas buenas – Noé, su mujer y sus tres hijos con sus mujeres y parejas de animales de cada especie –
De poco les sirvió el correctivo, porque pronto debió castigarlos de nuevo por su crecida maldad en la Torre de Babel.
Manuel Latorre de Lafuente
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