jueves, 26 de mayo de 2011

AGRAFA


El hombre, utilizando la razón, puede descubrir y conocer a Dios, aunque sea en penumbra.
Pero para conocerlo mejor necesita la revelación de Dios, esto es, la manifestación, la salida, la epifanía o comunicación para con el hombre. Es Dios que habla, cuenta, descubre su esencia, su intimidad y sus secretos. Incluso Dios, para hacerse entender y conocer por el hombre, se hace Verbum, Palabra, Logos.
Toda la Biblia es una manifestación de Dios, una Revelación, pero con la Biblia no se acaba ni se agota la Revelación.
La doctrina revelada se encuentra “por escrito” en la Sagrada Escritura, y “hablada” en la Tradición, ambas íntimamente unidas. La Sagrada Biblia nos transmite la palabra de Dios escrita por medio de los hagiógrafos o escritores sagrados.
La Sagrada Tradición nos transmite las enseñanzas “oralmente” o de “palabra”. Los primeros apóstoles enseñaron principalmente de “palabra”. Cristo mismo no escribió nada. Sólo se limitó a “fácere et docere”, a hacer y a enseñar. No mandó a sus apóstoles “escribir”, sino “predicar, hablar, clamar”. Cristo enseñó muchas cosas que no están escritas, pero que han llegado hasta nosotros de viva voz de generación en generación: éstas son las conocidas enseñanzas o doctrinas “agrafas”, es decir, no consignadas por escrito.
La Iglesia fundada por Cristo y por imperativo divino custodia, vigila e interpreta el “depósitum  fidei”, el depósito de la fe, la doctrina revelada; la Iglesia no inventa la doctrina, ni la aumenta ni la disminuye, evidentemente no está por sobre la Palabra de Dios, sino que la sirve, la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad.
Nadie ni nada puede crear nuevas verdades reveladas, ni aumentarlas ni disminuirlas, ya que la Revelación ha quedado cerrada con la muerte del último apóstol.
Cuando a lo largo de la historia aparece un “Dogma de Fe” , nunca es una nueva verdad, sino que es un salir a la luz , con claridad, de una verdad que ya estaba contenida en el depósito de la fe y que se muestra en plenitud a las inteligencias cristianas en un momento dado de la historia. El contenido del dogma es inmutable, pero la formulación o expresión del mismo puede adaptarse al progreso de los tiempos, acomodándose al modo de hablar presente. Sólo en este sentido se puede hablar de la “evolución de los dogmas”.

Manuel Latorre de la Fuente

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