Sin que el hombre sea malo en su naturaleza y esencia sin embargo existe una intrinseca y familiar relación entre el ser humano y el mal. El hombre origina el mal, lo experimenta y lo siente, lo padece y lo sufre y hasta lo califica. Si no existiera el hombre nadie podría calificar ni hablar del mal, solo el hombre es la “causa omnium malorum”, el origen de todos los males.
Dios todo lo ha creado “valde bonum” muy bueno y sin mal, todo lo que procede de Dios: el mundo, el hombre y las cosas tienen que ser necesaria y ontológicamente buenas y perfectas, siempre el efecto proporcional a la causa . Jamás encontraremos el origen y la explicación del mal fuera y lejos del hombre. El mal va incluido en la historia del hombre.
Después que Dios firmó y ratificó que todo lo que había hecho era “valde bonum” todo bien hecho y perfecto solo el hombre libre podría deshacer el “valde bonum”. Los hombres fueron creados por Dios –adultos y libres- y en una situación privilegiad, perfectos y adornados por la ciencia infusa, orden e integridad en sus pasiones, deseos, amores y concupiscencias y por su inmortalidad, en estado de gracia, santidad y justicia como plataforma que le proporcionaba esta felicidad física y espiritual o ausencia de males.
El mal hunde sus raíces primeras y profundas en la libertad humana. Los animales y toda la naturaleza –sin alma y libertad- no pueden conocer el bien ni el mal. El mal tiene un solo dueño y propietario que es el hombre, es el logro del desacierto, del fallo en la prueba o mal uso de su libertad. LA LIBERTAD es siempre para lo bueno (esto o aquello) pero nunca para lo malo.
La rebeldía o fallo en la prueba del varón y de la varona en el jardín reventó el plan original de bien y felicidad.
Contra el bien de la ciencia infusa aparece la dureza y el sudor del estudio y del trabajo –tantos y tantos males-. Contra el bien y armonía entre la razón, la voluntad, pasiones y carne aparece la anarquía, lucha y tentaciones –tantos y tantos males-. Contra el bien de la inmortalidad aparecen los desgastes, las enfermedades, los desarreglos físicos y espirituales y la muerte –tantos y tantos males-. Contra el bien constitutivo y fundamental de la gracia, santidad y justicia sostén de toda la felicidad tanto física como espiritual surgen ahora todas las “desgracias” del espíritu y del alma que repercuten e influyen necesariamente en todo el compuesto humano.
El mal como compañero inseparable del hombre está siempre en su vida, al principio, en el medio y al final.
Solo Dios nos puede liberar y reparar de todos los males pero si no estamos atentos o no queremos ser liberados –el mal final puede ser el peor de todos los males-. De todos los demás males suele decir el pueblo: “no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista...”
D. Manuel Latorre de Lafuente
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