Mientras descansan y maduran las inacabables hipótesis darwinianas sobre el origen del hombre por falta de lazos, anillos y enlaces, recordemos una vez más el bonito, sencillo y hermoso plan y orden del universo antes de toda evolución y transformación.
Antes de la posible evolución y transformación de cualquier cosa, está el ser o la substancia de la cosa.
Así relata el libro del Génesis ú origen la creación del hombre. Una vez que quedó acabado el orden del universo, el escenario o masa caótica que estaba sólo en la mente del Creador, apareció según el sapientísimo plan de Dios: la luz, las tinieblas, el firmamento o cielo, las aguas, la tierra, las grandes luminarias sol, luna estrellas, las plantas, las aves, los peces y todos los animales, y al final puso, como coronación de la obra, algo impensable: el primer hombre y la primera mujer, de la misma naturaleza e iguales en dignidad.
Entonces dijo Dios: “Hagamos – un plural mayestático – al hombre y a la mujer a nuestra imagen y semejanza”. Es decir, inteligentes y libres como los ángeles, con un alma espiritual, inmortal y libre... ¡Menudo lío! Comenta San Agustín. “El hombre puede obscurecer esta imagen, pero no puede borrarla”.
Sigue el texto: “Creó, pues, Dios al hombre y a la mujer, a imagen suya, a imagen de Dios los creó, varón y hembra los creó.” No hay otra alternativa ni posibilidad.
Todo nos parece fácil y normal al ver la creación, pero no deja de ser un espectáculo divino, la nada, el caos, el Kosmos, todo el orden del universo,, el hombre y la varona, todo es una obra maestra de la mente y de las manos de Dios Todopoderoso, una obra de amor solo para hacer felices a los hombres, pues Él es eternamente feliz y no necesitaba de nada.
El plan amoroso de Dios está expresado por el verbo arameo “Bará”, que significa “crear”, pero que lleva más carga de significados.
Así comienza la Biblia en arameo: “Beresith bará...” Al principio creó...Creó Dios a los hombres para un número contado de días, con el regalo de la inteligencia, lengua y ojos para que dominara la tierra y para que conozca, vea y cante las “magnalia Dei”, las “Grandezas del Creador”, y que se guardase de toda iniquidad.
Este es el trabajo, quehacer o divertimento que tiene cada hombre en esta tierra, porque es el querer de Dios por la cualidad, categoría y dignidad del mismo hombre. Este es el fin del hombre: Glorificar, adorar, alabar y amar a su Creador...
Termina San Agustín: “La gloria de Dios es gloria nuestra. Dios no crece ni disminuye por nuestras alabanzas o desprecios. Tú, alabándole, te haces mejor, y olvidándole te haces peor.”
Todas las hipótesis, estudios, trabajos, investigaciones, jamás estarán en contra de este plan divino, porque Dios es el Dueño de la Ciencia sana y de la razón que hace la Ciencia.
Manuel Latorre de Lafuente
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