Lógicamente y siempre en paralelo o yuxtapuesto a algo bueno, recto y santo surge el plagio o remedo del mal o el dedo de Satán.
En los primeros siglos del cristianismo mientras se configuraba la –lista o kanón de los 27 libros sagrados o canónicos –del Nuevo Testamento pululan los “libros apócrifos, paralelos y extracanónicos, pero no exactamente falsos ni heréticos.
Pretendían imitar todos los géneros literarios que constituyen el Nuevo Testamento. Son libros homónimos a los libros santos o canónicos: Evangelios, Hechos, Cartas y Apocalipsis.
Los “seudoepígrafes” eran libros que llevaban titulares falsos o eran atribuidos a personajes conocidos. En griego “seudos” es mentira, falso y “epígrafe” es título. Por ejemplo “evangelio de los Ebionitas, Evangelio de Nicodemos, Protoevangelio de Santiago, una carta que puede apócrifa y seuoepigráfica “Epistula Apostolorum”.
Dentro de la literatura de los “Hechos o Acta” aparecen los “Hechos o Acta de Pedro” y los “Acta o Hechos o Corpus Pauli”, otros muchos “Periodoi o Praexis”.
En la literatura “Apocalíptica o Revelación” circulaban muchos libros con pretensiones canónicas todos con los “Epígrafes de Apocalipsis” que eran las palabras iniciales del primer libro de este tipo llamado “Apocalipsis Jesu Christou”.
El género apocalíptico tenía mucha fuerza en el mundo judío desde los apocalipsis o revelaciones del Antiguo Testamento y desde el libro de Daniel.
Contaban y revelaban las visiones caóticas y la oposición entre los dos mundos: plan salvífico, grande e inmutable de Dios y el “Eón” del mundo malo y engañoso dominado por Satanás que encamina al mundo a las catástrofes políticas y cósmicas del tiempo final.
Existen apocalipsis judías, cristianas y gnósticas y abundan apocalipsis seudoepigráficas atribuidas a Pedro, a Pablo y a Tomás.
Los libros o literaturas “seudoepigráficas” es decir, con títulos falsos o de ficción no son sinónimos de “apócrifos”.
Podemos decir que todos los libros seudoepigráficos son apócrifos, pero no todos los apócrifos son seudoepigráficos.
Los libros seudoepigráficos llevan el título de algún personaje o apóstol conocido pero no son auténticos, solo se le atribuyen falsamente: falso autor, doctrina sospechosa y anacronismo.
Manuel Latorre de Lafuente
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