Bastan pocos años o siglos para borrar de la historia el nombre de toda clase de personajes y personajillos, pero hay nombres imborrables que perduran vivos después de 4.000 años: la figura de Abram.
Dios es siempre fiel, veraz y no puede fallar en sus planes y promesas, mientras que sus criaturas preferidas – los hombres – heridos desde el origen, pasan fácilmente la vida en la infidelidad, en la perversión y en el olvido de Dios: Paraíso, Diluvio, Torre de Babel, Sodoma y Gomorra, son como cabezas de serie y modelos que van configurando la historia de la Humanidad.
La fidelidad de Dios es la contra-medida de la debilidad y herida de los hombres. Dios tiene las riendas de este mundo y todo el poder en sus manos.
Después del Diluvio, hacia el año 1.850 antes de Cristo, Dios escogió a otro hombre del banquillo, muy rico en ganados, tierras y oro, llamado Abram, que vivía en Ur de Caldea, cerca del Golfo Pérsico, en la conocida Mesopotamia, tierra fértil entre los ríos Tigris y Éufratres, ya con 75 años... Nunca es tarde para los planes de Dios y para salir a jugar seriamente: el buen ladrón jugó el partido en el último minuto de su vida...
Abram salió de su tierra con su anciana mujer Sarai, su sobrino Lot, hacienda, ganados y, pasando por Jarán al norte del país, llegaron a la “Tierra de la Promesa o Canaan”, zona del río Jordán y Mar Mediterráneo, tierra entre mares, la media luna fértil.
Dijo Dios: “Te necesito como padre de pueblos, de multitudes de creyentes, de gentes, una nación única, definitiva y eterna, el pueblo de Israel, pueblo de Dios, de sus descendientes saldrá el Rey del universo, Rey de cielos y tierra, Cristo, el Mesías, el único Salvador de la Humanidad , Jesús de Nazareth, y nacerá de una mjuer – Virgen – llamada María, nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia.
Hoy cambio tu nombre de Abram –que significa “excelso”– por el nombre de Abraham –que significa “padre de multitudes”–
Todas las historias van quedando lejanas y olvidadas, resultan efímeras e intrascendentes para los hombres, pueden ser de una manera o de otra, pero esta historia de Abraham importa sobremanera, total y de lleno a todos los hombres que van llegando y pasando por este mundo.
Una historia que va marcando el ritmo y la cronología de este mundo y lo configura ya en dos grandes edades o eras, antes y después de; en el medio y siempre como centro, el cumplimiento de la Proemsa , antigua y nueva alianza.
Nadie recuerda ya las guerras púnicas o napoleónicas, ni otras muchas historias, pero nosotros estamos metidos en la caravana de esta historia recorriendo ya el kilómetro o año 2009, de la nueva y definitiva alianza...
Manuel Latorre de Lafuente
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