Antienne de Schubert
UNA NORMA DE VIDA
La caridad es la más perfecta y suprema norma de conducta para
toda convivencia humana. Nada tiene que ver con la filantropía
transcendente, sobrenatural y eterna.
Siempre la caridad ha sido más exigente. La caridad más que en
dar consiste en comprender. La caridad exige realidades prácticas y se
demuestra con las obras. La caridad no puede pasar de largo ante los
quehaceres, ocupaciones y exigencias ajenas. No admite excusas, regateos
ni omisiones. La caridad hace lo que el momento y la hora exigen.
La caridad es atenta, cortés y educada.
Donde no llega la filantropía o el interés humano ha de llegar la
caridad. La caridad llega también a nuestros enemigos y a quienes nos
hacen daño, a quienes nos difaman, a los que nos quitan la honra, a
quienes buscan positivamente nuestro mal.
La caridad perdona y comprende a los demás. El mayor enemigo de
la caridad es la soberbia y el egoísmo que hace pensar solo en uno mismo
y olvidar la presencia y las necesidades de los demás. Por eso dice San
Agustín: “La humildad es la morada y cuna de la caridad”.
La regla sencilla para vivir la caridad es: “Haced con los demás todo
lo que deseais que hagan con vosotros”. Por lo tanto la experiencia de
lo que me agrada o me molesta, de lo que me ayuda o me hace daño es
siempre una norma segura de lo que tengo que hacer con los demás.
Anejas y como arrastradas a la caridad van otras normas de conducta
que hacen posible, alegre y feliz la convivencia humana: fidelidad,
gratitud, amistad, veracidad, sinceridad, lealtad, afabilidad, corrección
fraterna, deferencia, respeto, delicadeza, en definitiva, preocupación y
detalle en el modo de tratar a los demás.
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