Poeta y aldeano - obertura de Suppé -
RESURRECCION I
Al final de los tiempos las trompetas sonarán sobre el campo de
huesos de la tierra y las tumbas se abrirán para que los hombres puedan
acudir a un juicio.
Si hay que asistir a un juicio obviamente antes tiene que haber una
resurrección —volver a la vida— porque los cadáveres no pueden asistir
a juicios, aunque la historia sabe y nos cuenta de cadáveres ante los
tribunales. Pero no este el caso. La resurrección es conveniente, razonable,
necesaria y justa.
El hombre tiene cuerpo y alma instrumentos de pecado y de virtud.
Si el alma peca es para dar gusto al cuerpo y si el alma practica la virtud
el cuerpo se violenta y sufre. Por lo tanto es justo y conveniente que
el compañero del alma en la práctica de la virtud y del vicio reciba
juntamente y justamente el premio o el castigo.
La resurrección para el hombre es incomprensible e imposible para
los hombres, fácil y posible solo para Dios. Dios pudo hacer lo más
—la creación— y también hace lo menos —la resurrección— Ambas
imposibles para el hombre.
Es difícil hacer la creación pues había que sacar y crear todo de la
nada —ex nihilo— En la resurrección ya lo tenemos todo solamente
hay que juntar el cuerpo al alma de nuevo que ya existen. Es posible la
resurrección, no hay contradicción alguna …
Es un dogma de nuestra fe católica que enjuga las lágrimas y alivia
los corazones ahogados en penas por la separación de padres, amigos,
familiares que tanto amamos y están ahí detrás de losa del sepulcro pero
que ese día —dies magna y amara valde— saldrán del lecho frio y nos
volveremos a ver para no separarnos —esto esperamos— nunca más.
Sostenía el físico Newton una acalorada discusión con unos colegas
que negaban la resurrección. En un momento mandó traer arena y hierro
en polvo, después revolverlo y mezclarlo todo muy bién, preguntó a
los contertulios ¿Quién capaz de separar ahora el hierro de esta tierra o
arena? Al no tener respuesta ocurrente y pronta, cogió un imán lo acercó
y todas las partículas del hierro se adhirieron al imán. La fuerza del imán
se la puede dar Dios al alma para reunir el polvo disperso del cuerpo.
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